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lunes, 10 de mayo de 2010

Dolor y amor, van siempre juntitos.

La agarra de los hombros y la zarandea, intenta defenderse, pero se siente mareada:
Ella no es ninguna loca, ni es emo o gótica o bueno, esa gente a la que le gusta jugar con cuchillos, pero está tan cansada de la vida, que ha intentado quitársela. A penas siente las manos, el escozor de los cortes ya se ha ido, dejando tras de sí una sensación de flojera a la que no acaba de acostumbrarse.
Melissa -así se llama la mujer.- tiene cuarenta y dos años, es bonita todavía pero está algo demacrada.
Pilo -quien la agita.- es su marido, tiene cuarenta y seis años y ama con locura enfermiza -no tanto, eh.- a su mujer. Él entiende que ella, en un momento de soledad y culpa, había cogido una de sus cuchillas de afeitar y había rajado -varias veces, y en diagonal.- sus propias muñecas.
Suena macabro, cobarde e infantil, pero a falta de voluntad de tirarse de un sexto -no digo que esto no sea macabro cobarde e infantil, pero al menos es "más directo".- ha decidido que era la mejor opción. Con mucha suerte, viviría pero perdería la memoria -no será así, obviamente-. Le dice Melissa en voz bajita que no puede más, que los extraña y que no sabe como acarrear con el sufrimiento.
Desfallece en brazos de él, con las brechas aún sangrando a borbotones, y la aprieta contra sí para darle calor, o mimos, o algo.
Tres días después salía del hospital con más fuerzas y con puntos de aproximación en las muñecas. Está un poco más animada.
Pilo se promete a su mismo no volver a dejarla nunca jamás sola.

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