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lunes, 25 de octubre de 2010

Cucharitas y mecheros.

Miel, y tabaco.
Me gustaba esa frase. Tú la adorabas.
De vez en cuando me preguntabas que quería decir con eso, y yo con una sonrisa estúpida te decía que fumaras un cigarro entre cucharada y cucharada de miel.

Miel, y tabaco.
Nuestra pequeña metáfora.
Tú, miel. Yo, tabaco.
Tú, dulce. Yo, amargo.
Tú, natural. Yo, dañino.

Y cada mañana, me encontrabas en la cocina bebiendo leche y con mi tarrito de miel, y te sentabas delante de mí, y me mirabas. Te encendías un pitillo. Y yo te miraba con una sonrisa triste, movía levemente la cabeza y te decía que te estabas arruinando, que nunca tendría que haberte hecho comenzar.
Y tú me preguntabas, entre risas, cómo, después de haber probado mis labios, podías no engancharte.
Sabían a tabaco, decías, de ese fuerte que te queda en el cielo del paladar. Ese que te quema la garganta, y enseguida después te manda la cabeza en tilt.

Fumar es un modo de tenerte siempre conmigo.

¿Y todas las veces que te gritaba, colérico? Luego te besaba con violencia, y te dejaba ese estúpido y horrible sabor. Mi sabor.
Luego te miraba con mis malditos ojos y cedías.
Letales, vitales.
Dulces, malos.
Fríos, calientes.
Simplemente los míos. Simplemente yo.

Luego te insistía para que comieses miel, y te la daba a cucharaditas. Nos dormíamos abrazados en el sofá, al lado del cenicero con colillas muertas y del tarrito de miel con dos cucharitas sucias.
Y así era nuestra vida. Tiernamente violenta.
Se encontraban siempre ahí, con nosotros. Miel, y tabaco.
Y no obstante tú fueses miel, y yo tabaco, yo no vivía sin mi miel, ni tú sin tu tabaco.
Tú, tan dulce, necesitabas algo amargo, y para mi era lo contrario. Y al final, nos habíamos absorbido el uno a la otra.
Yo era cada día más dulce, aún manentiendo mi lado irascible y un poco violento. Creo que parecía un niñito con la estúpida manía de querer comer a todas horas miel. Y era otra de las tantas cosas por las que perdía la cabeza por ti..., engancharme a algo. A tu miel.

Miel, y tabaco.

De vez en cuando resumía así mi filosofía de vida.
En una de aquellas noches en las que nos encontrábamos sentados con las piernas cruzadas en el suelo del comedor, fingiendo ver una de tus películas favoritas -de la que aún me sé todos los diálogos-, yo decía que en la vida se necesita de todo, miel y tabaco, de manera equilibrada. Y tú me escuchabas, ahí calladita, como embobada.

-Sabes qué -decía, entre cucharada y cucharada-, me encanta el verano, no, bueno, llevarte a la playa, porque como llevas menos ropa tardo menos en desnudarte.

Me mirabas, alzando una ceja.

-No, espera, también el invierno..., ¡con más ropa me divierto más!

Me encantaba ir a por ti al colegio, aunque ambos tubiésemos carné, pero la vuelta a casa de tu mano era algo que esperaba impaciente todo el día.
Las noches tibias de primavera en la playa.
Las noches frías de invierno abrazados bajo las mantas.
En realidad, eran pocas las noches en las que dormíamos. Halábamos, hacíamos planes..., castillos en el aire.
A veces hasta nos poníamos a gritarnos a pleno pulmón a las tres de la madrugada.
Lo admito; habían veces que parecía que nos odiásemos desde lo más profundo de nuestro ser. Y tal vez fuese así. Porque nos habíamos encerrado en un círculo vicioso, hecho de besos dulces y gritos violentos, del cual no podíamos -no queríamos- salir.
Era nuestra hermosísima realidad.
Dormir toda la tarde, quedarnos despiertos toda la noche, y desayunar en el balcón viendo la salida del sol.
Era nuestra hermosísima realidad.

Era felicidad en estado puro. Y sé que, a pesar de que yo te repitiese cada noche lo contrario, sabía que sabías que no habría estado para siempre. Que, antes o después, por cualquier motivo, habría desaparecido de tu vida. Y aún con esa creencia continuabas queriendo creer que estabas en lo incorrecto.

Y yo nunca dije adiós. Un día saliste de nuestra casa, y de mi vida.

Miel, y tabaco.
Me queda mi tarrito vacío de miel, un mechero que ya no vá y, obviamente, muchos, muchísimos recuerdo.
Algunos saben a miel, y otros a tabaco.



Sinceramente, es lo más bonito que he leído nunca.
Sinceramente, es lo más parecido que he conocido del amor.

1 mindstream:

Eme ronroneó

Este texto me ha encogido algo dentro...

"Y yo nunca dije adiós. Un día saliste de nuestra casa, y de mi vida."

uf,