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jueves, 24 de junio de 2010

Carpintería El Siete

-Es que además de obtusas, hay personas que no se dejan ayudar-me quejé.
El gordo se acomodó y contó:
  Era una pequeña casucha, casi un ranchito en las afueras de la ciudad. Delante tenía un pequeño taller con algunas máquinas y herramientas, dos habitaciones, una cocina y un rudimentario baño detrás...
  Sin embargo, Joaquín no se quejaba. Durante los últimos años, el taller de carpintería El Siete se había hecho conocido en el pueblo y él ganaba suficiente dinero como para no tener que recurrir a sus escasos ahorros.
Esa mañana, como todas, se levantó a las seis y media para ver salir el sol. No obstante, no pudo llegar al lago. Por el camino, a unos doscientos metros de su casa, casi tropezó con el cuerpo herido de un joven.
  Con rapidez, se arrodilló y acercó su oído al pecho del joven... Débilmente, allá en el fondo, un corazón  luchaba por mantener lo que quedaba de vida en ese cuerpo sucio y maloliente por la sangre, la mugre y el alcohol.
  Joaquín fue a buscar una carretilla sobre la que cargó al joven. Al llegar a casa tendió el cuerpo sobre su cama, cortó las raídas ropas y lo lavó cuidadosamente con agua, jabón y alcohol.
  El muchacho, además de estar borracho, había sido golpeado salvajemente. Tenía cortes en las manos y en la espalda, y su pierna derecha estaba fracturada.
  Durante los dos días siguientes, toda la vida de Joaquín se centró en la salud de su obligado huesped: curó y vendó sus heridas, entablilló su pierna y alimentó al joven con pequeñas cucharadas de  caldo de pollo.
  Cuando el joven despertó, Joaquín estaba a su lado mirándolo con ternura y ansiedad.
-¿Cómo estás?-preguntó Joaquín.
-Bien... creo-respondió el joven mientras miraba su cuerpo aseado y curado-. ¿Quién me ha curado?
-Yo.
-¿Por qué?
-Porque estabas herido.
-¿Solo por eso?
-No, también porque necesito un ayudante.
  Y ambos rieron con ganas...
  Bien comido, bien dormido y sin haber bebido alcohol, Manuel, que así se llamaba el joven, recuperó sus fuerzas enseguida.
  Joaquín intentaba enseñarle el oficio y Manuel intentaba rehuir el trabajo todo lo que podía. Una y otra vez, Manuel parecía que le entendía y dos horas o dos días después, volvía a quedarse dormido o se olvidaba de cumplir con la tarea que Joaquín le había encomendado.
  Pasaron meses, y Manuel estaba completamente recuperado. Joaquín había destinado a Manuel la habitación principal, una participación en el negocio y el primer turno en el baño, a cambio de la promesa del joven de dedicarse al trabajo.
  Una noche, mientras Joaquín dormía, Manuel decidió que seis meses de abstinencia eran suficientes y creyó que una copa en el pueblo no le haría daño. Por si Joaquín se despertaba por la noche, cerró la puerta de su habitación desde dentro y salió por la ventana , dejando la vela encendida para que diera la impresión de que estaba allí.
  A la primera copa siguió la segunda, y a ésta la tercera, y la cuarta, y otras muchas...
  Cantaba con sus compañeros de borrachera, cuando pasaron los bomberos por la puerta del bar haciendo sonar la sirena. Manuel no asoció este hecho con lo que estaba pasando hasta que, de madrugada, tambaleándose llegó a la casa y vio la muchedumbre reunida en la calle...
  Sólo una pared, las máquinas y algunas herramientas se salvaron del incendio. Todo lo demás quedó destruido por el fuego. De joaquín solo encontraron cuatro o cinco huesos chamuscados que enterraron en el cementerio bajo una lápida donde Manuel hizo grabar el siguiente epitafio:
<<¡Lo haré, Joaquín, lo haré!>>
  Con mucho trabajo, Manuel reconstruyó la carpintería. Él era vago, pero hábil, y lo que había aprendido de Joaquín le sirvió para llevar adelante aquel negocio.
  Siempre tenía la sensación de que, desde algún lugar, Joaquín lo miraba y le animaba. Manuel lo recordaba en cada logro: su boda, el nacimiento de su primer hijo, la compra de su primer coche...
  A quinientos kilómetros de allí, Joaquín vivito y coleando, se preguntaba si era lícito mentir, engañar y prenderle fuego a aquella casa tan bonita sólo por salvar a un joven.
  Se contestó que sí, y rió de sólo pensar en la polícia del pueblo que había  confundido huesos de cerdo con huesos humanos...
  Su nueva carpintería era un poco más modesta que la anterior, pero ya era conocida en el pueblo. Se llamaba El Ocho.
-A veces, Demián, la vida te pone difícil ayudar a un ser querido. No obstante, si existe una dificultad que vale la pena afrontar, es la de ayudar a otro. Esto no es un deber 'moral' ni nada parecido. Es una lección de vida que cada uno puede hacer en su momento y en la dirección que desee.
Mi experiencia personal de vivencias y de observación me hace creer que el ser humano libre y que se conoce a sí mismo es generoso, solidario, amable y capaz de disfrutar por igual del dar y del recibir. Por lo tanto, cada vez que te encuentres con aquellos que se miran el ombligo, no los odies: ya bastantes problemas deben tener consigo mismos. Cada vez que te descubras en actitudes mezquinas, ruines o pequeñas, aprovecha para preguntarte que te está pasando. Te garantizo que en algún lugar erraste el rumbo.
Una vez escribí:
Un neurótico no necesita
un terapeuta que le cure
ni un padre que le cuide.
Todo lo que necesita
es un maestro que le muestre
en qué punto del camino se perdió.


Jorge Bucay; Déjame que te cuente...

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