Por una vez siento que me quieren de verdad.

-¿Sabes?- Le dije poniéndome las manos detrás de la cabeza.- Hacía tiempo que no me sentía tan agusto.
-¿Sabes?- Me dijo metiéndome el dedo en el ombligo con una sonrisa.- Hacía tiempo que no me enamoraba. Toda la vida, creo.
Suelto una carcajada mientras le miro. Su cara de niño me fascina. Su sonrisa traviesa y dulce. Sus manos inexpertas. Me incorporo y apoyo las piernas a cada lado de él, apoyándole una mano en la mejilla.
-¿Te has enamorado?
-Es como esos flechazos de los que hablan en las pelis románticas.
-Venga ya, ¡No me vaciles!-Le digo poniéndome seria de golpe.
-Vamos, si lo sabes mejor que nadie. Estoy enamorado de ti. Me has robado el corazón y te lo has comido. Eres peor que una bruja. Y aún así, estoy seguro de que jamás me vas a hacer daño.
-Eh, no flipes. A mi me gusta hacer daño. Hay veces que es de lo más excitante, y no hablo de ese tipo de excitación, asqueroso.
Se ríe mordiendo el aire, y me encuentro a mi misma apoyada contra él, en mitad del campo.
-¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti, Miki?
No contesta, pero desliza los dedos por mi espalda como empujándome a continuar.
-Que nunca me has obligado a nada. Que no has venido a mi vida para echar un polvo. Que te has quedado a escucharme cuando te he necesitado. Son ese tipo de cosas las que me gustan en un hombre.
-Lo has pasado mal, ¿eh?
Me encojo entre sus brazos, intentando hacerme más pequeña y escapar de esa pregunta absurda. Y él se incorpora, levantando mi cuerpo pequeñito, agarrando mi mano y tirando de mi con una suavidad que nunca antes había sentido en ningún chico.
-Ven, vamos a pasear, ¿Te apetece?
-Te quiero.
Me mira con ternura y me guiña un ojo, apretándome contra él, abrazándome.
-Yo también te quiero, Carmen.
Y me encuentro a mi misma rechinando los dientes para no llorar. Nunca nadie me había dicho eso con tanta sinceridad.